Las Vegas es una ciudad que nació como un espejismo en el desierto, y creció como una fantasía hecha realidad: luces que nunca se apagan, apuestas que nunca descansan, y una promesa constante de placer. Sin embargo, bajo esa superficie de lentejuelas y neón, hay historias que se han contado en voz baja, entre habitaciones de hotel, tras puertas cerradas, o en la penumbra de un strip club. La historia de la prostitución en Las Vegas es tan fascinante y contradictoria como la ciudad misma: una mezcla de represión, tolerancia tácita y zonas grises que bailan entre la moral, el negocio y la ley.
Desde sus orígenes en el siglo XX, Las Vegas atrajo forasteros, aventureros y empresarios decididos a convertir un terreno árido en un centro de placer. En los años 30, cuando Nevada legalizó el juego para revivir su economía durante la Gran Depresión, también surgieron otros negocios relacionados con el deseo. Aunque la prostitución nunca fue legal en la ciudad de Las Vegas, sí fue tolerada durante décadas, y formó parte del ecosistema subterráneo del entretenimiento para adultos. En un mundo donde los turistas llegaban a apostar, beber y romper las reglas, el sexo fue siempre parte de la oferta no oficial.
Pero aquí está la paradoja: mientras Las Vegas se publicita como “Sin City” —la ciudad del pecado— y vende un erotismo constante, la prostitución en sí misma está prohibida dentro del condado de Clark, donde se encuentra la ciudad. Es decir, aunque el deseo está en todas partes —desde shows de burlesque hasta tarjetas de escorts repartidas en la calle—, el trabajo sexual remunerado en Las Vegas es técnicamente ilegal. La legalidad está reservada para ciertos condados rurales de Nevada, donde existen burdeles con licencia y regulaciones sanitarias estrictas.
Esto ha creado un limbo cultural donde la prostitución existe, se consume y se negocia, pero vive bajo el disfraz de otros nombres: acompañantes, masajes privados, citas de lujo. Las escorts operan bajo una delgada línea que depende de la discreción, el consentimiento, y las apariencias. La aplicación de la ley suele ser selectiva, y muchas veces el trabajo sexual funciona de forma encubierta, especialmente en hoteles, clubes y eventos exclusivos.
La historia también incluye resistencia. A lo largo del tiempo, las trabajadoras sexuales han organizado movimientos para reclamar reconocimiento, seguridad y respeto. Muchas han luchado contra el estigma, la explotación y la hipocresía legal que castiga sus cuerpos mientras celebra su imagen en el marketing turístico de la ciudad. Las Vegas, irónicamente, necesita el erotismo para sostener su industria, pero sigue atrapada entre mostrarlo y castigarlo.
La prostitución en Las Vegas, por lo tanto, no puede entenderse sólo desde la ley. Es parte de un tejido cultural más amplio que involucra economía, turismo, espectáculo y moral. Es la cara oculta del mismo dado que gira en la ruleta del deseo. Es una historia de mujeres —y también de hombres y personas trans— que han encontrado en este espacio una forma de trabajo, de libertad, de sobrevivencia, o incluso de empoderamiento.
Hoy, con el auge del contenido digital, las plataformas como OnlyFans, y los servicios de acompañantes VIP, la realidad del trabajo sexual en Las Vegas ha cambiado nuevamente. Más mujeres controlan su imagen, su clientela y sus ingresos. El lujo, el anonimato y la exclusividad son nuevas formas de operar. Pero la tensión entre lo visible y lo prohibido sigue existiendo, como una cuerda invisible que vibra cada vez que una mujer entra a un hotel con un vestido demasiado corto y una sonrisa demasiado segura.
Las Vegas es un espejo gigante del deseo humano, donde la libertad y la represión juegan a las escondidas. La prostitución ha sido siempre parte de su historia, aunque pocas veces se escriba con luces de neón. ¿Qué pensás vos sobre el lugar que tiene este trabajo en la ciudad del pecado? Te leo en los comentarios.